Cuando alguien está atravesando una crisis o un tiempo de duelo, en realidad no quieren nuestros consejos, tampoco buscan que los ayudemos a solucionar su situación… mucho menos quieren escuchar “Lo que yo haría si estuviera en tu lugar”.
Como acompañantes tenemos una fuerte tendencia a desarrollar estos comportamientos pues ante el dolor de los demás, nos sentimos muy incómodos.
Nos aterrorizan nuestras emociones y como colectivo también, por eso cada vez que vemos a alguien llorar casi sin importar su edad decimos en automático: “No llores”.
Se lo decimos a los niños y adultos casi por igual… sin tener en cuenta que llorar es una forma que tiene nuestro cuerpo de limpiar las emociones intensas y estabilizar el sistema nervioso.
Nos cuesta entender y asimilar nuestras emociones, lo mismo pasa con las que vemos en los demás. Llorar es algo natural, ¡normalicémoslo! Permitirle llorar a alguien en un espacio seguro es un verdadero regalo, aprender a sentirnos cómodos siendo un soporte ante las emociones de otros es un síntoma de salud mental.
La persona que atraviesa una crisis -de cualquier tipo- busca apoyo, necesita contención. Esto puedes darlo tú o cualquiera, si puedes enfocarte en eso que realmente necesita y no en ti mismo o la opinión que has desarrollado sobre cómo pueden sentirse mejor.
Otras veces, cuando hemos pasado por algo similar queremos compartir con esa persona que está afectada aquello que vivimos. Esto lo hacemos en un intento de conectar, de crear una conexión emocional con esa persona que tanto nos importa, pero en realidad lo que permite crear eso que buscas es dejar que la persona se desahogue y sea lo que necesita ser en ese momento.
La próxima vez que veas a alguien llorar, mantente abierto. Sé un apoyo, observa qué está pasando en ti: ¿Esto te hace sentir ansioso o incómodo? Encontrarás pistas de tu propio manejo de las emociones.
Poco a poco vamos construyendo salud mental.